¿Que es la Felicidad?

 

Que el Vicio le pregunte entonces a la Fortuna, plantado a su lado desnudo y sin necesitar de ningún apoyo exterior contra el hombre, cómo puede volver desdichado y abatido a ese hombre. «Oh Fortuna, ¿amenazas con la pobreza? De ti se ríe », el cual, durmiendo en invierno en los baños y en verano en los pórticos de los templos, desafiaba a un combate sobre felicidad al rey de los persas, que invernaba en la ciudad de Babilonia y veraneaba en la región de Media.

En cualquier caso, de lo que no cabe duda, como la misma estudiosa señala, es de que la cuestión de las dos sendas hacia la virtud-felicidad estaba en el trasfondo y de que, al menos, la idea de un método rápido para llegar a este término debió de estar presente ya en Antístenes y Diógenes. Como vimos, Diógenes Laercio ponía bien de manifiesto que, según Antístenes, «la virtud surge de las obras, y no precisa ni de discursos muy largos ni de estudios científicos».

Por otro lado, el tema de la doble senda hacia la felicidad está presente en una de las cartas atribuidas a Diógenes donde supuestamente relata éste a su padre Hicesio cómo Antístenes, para mostrar la naturaleza de los dos caminos que conducen a la virtud, habría recurrido al ejemplo de los dos caminos que subían a la Acrópolis de Atenas, «uno corto, escarpado y difícil, el otro largo, llano y fácil»; y relata cómo Diógenes, a diferencia de los demás oyentes, espantados por el esfuerzo requerido, escogió el camino corto escarpado y difícil, «porque aquél que se lanza presuroso hacia la felicidad debe estar dispuesto a caminar incluso a través de fuego y espadas»

Estas dos vías exigen dos tipos de hombre y de formación muy distintos. Para los cínicos, la senda larga sería la de una dudosa educación humana, mientras que la corta se identificaría con la magnífica educación divina.

¿No sabes que hay dos tipos de educación, una divina y otra humana? La divina es magnífica, fuerte y fácil, mientras que la humana es insignificante, frá- gil, y comporta muchos peligros y no poco engaño. Sin embargo, ésta se añade necesaria a la otra, si es como tiene que ser. A la segunda la llaman el común de los hombres «educación», como si se tratara —pienso— de un juego de niños, y consideran que es aquel que conoce más literatura persa, griega, de sirios y fenicios, y en cuyas manos ha caído el mayor número de libros, quien es el más sabio y el más instruido.

Ahora bien, cuando entre ellos se tropiezan con malhechores, cobardes y avaros, afirman que el asunto y el hombre en cuestión son dignos de poca consideración. En cuanto a la otra, unas veces se la llama «educación» y otras «valentía y magnanimidad». Es por ello por lo que llamaban los hombres de antaño «hijos de Zeus» a quienes recibían una buena educación y tenían almas viriles, por haber sido educados como el gran Heracles.

Así pues, quien recibe aquella educación, partiendo de un buen natural, fácilmente se hace también partícipe de la otra, con sólo haber escuchado pocas cosas y unas cuantas veces, a saber: las cosas principales y las más importantes. Las imita y las guarda en su alma, y nadie puede privarle de estas cosas: ni el tiempo, ni ningún individuo sofista, ni siquiera si uno quisiera prenderle fuego.

Conque, aunque se queme al hombre, como dicen que Heracles se quemó a sí mismo, quedan sus principios en el alma (del mismo modo —imagino— que dicen que cuando los cadáveres son incinerados, quedan todavía los dientes, aunque el resto del cuerpo haya sido devorado por el fuego),